(Sapristi-Roca
Libros)
En esta secuela, la estructura
de la historia es similar, dividida esta vez en nueve capítulos. Los personajes
son los mismos y algunos nuevos, vamos viendo cómo sus vidas van evolucionando
poco a poco con el paso del tiempo, que tampoco ha sido mucho desde la anterior
entrega. La evolución estilística del dibujo es cero, para bien o para
mal. Casi parece que las dos obras se
dibujaron de una tacada y que se han editado en dos entregas.
Curiosamente, esta vez
las aventuras se centran en la interacción de los protagonistas con las
diferentes tribus urbanas que merodearon en los 80: mods, pijos, punks,
rockers… algunos de ellos enemigos irreconciliables que protagonizaron algunos
episodios violentos. La verdad es que de esa rivalidad y esas peleas apenas
podemos recordar nada. Simplemente, algunos no lo llegamos a vivir.
Quizá lo más digno de
destacarse de todo ello es el incidente más repugnante y siniestro de toda la
década de los 80. Efectivamente, hablamos del asesinato que tuvo lugar en un
concierto de Scorpions. Todos los medios generalistas se hicieron eco del
abominable suceso. Pero decimos siniestro más por lo que vino después, que fue
si cabe aún más indignante que la propia muerte. Cuando se supo que el
sospechoso estaba perfectamente identificado y que se trataba de un militar de
una base norteamericana, la publicidad a bombo y platillo que tanto había
recibido el caso se fue diluyendo. Si alguna vez tuvo lugar un juicio, no se
hizo público. Jamás tuvimos noticia de cómo terminó todo, si es que terminó. De
tan deleznable final, por supuesto, no se habla en “Los Chicos Están Mal”, sólo se menciona el apuñalamiento en sí.
Los sucesos que van
presenciando los protagonistas al mismo tiempo que transcurren sus vidas son
muchos más, por supuesto. La muerte de Cliff
Burton, la aparición de Ñu en el
programa “Dinamo”, la salida a la
venta del “Somewhere In Time” de Iron Maiden… De la mezcla de todo ello
no se puede evitar un sentimiento de haber vivido estos hechos con
anterioridad, la misma sensación de nostalgia que también impregnaba la primera
parte.
No sabemos si Miguel B. Núñez tiene pensadas nuevas
entregas. Hasta cierto punto sería una pena, porque ya sabemos que lo que viene
a continuación es la lenta y progresiva decadencia de la edad de oro del heavy
metal. ¿Se atreverá con ello?
Nacho
Jordán